Las últimas décadas se han caracterizado por un incremento continuo de la productividad de los trabajadores gracias a la incorporación de nuevas tecnologías. Me hace gracia leer artículos de no hace tanto tiempo planteando el problema del exceso de tiempo libre en las futuras generaciones, alegando que las mejoras en la productividad reduciría sin duda la duración de las jornadas de trabajo al aprovechar las ventajas de estas nuevas tecnologías. Sin embargo, todas estas mejoras tecnológicas no han hecho que dediquemos más tiempo a nosotros, más bien parece que han ocasionado el efecto contrario. La posibilidad de estar conectados las 24 horas del día se convierte prácticamente en una obligación, o adicción en algunos casos. Los gadgets tecnológicos actúan como una distracción más, distanciándonos más  de las cosas realmente importantes, incorporando más filtros que nos separan de la naturaleza y de las experiencias ‘reales’.

Seguimos como sociedades obsesionados por el crecimiento, por mejorar el Producto Interior Bruto, el famoso PIB, que compara la supuesta riqueza de los países. La pregunta que nos debemos hacer es hasta qué punto este indicador mide realmente la felicidad de las sociedades, y si las mejoras en la productividad y la introducción de nuevas tecnologías realmente nos hace más felices o produce el efecto contrario.

Creo que como sociedad nos iría mucho mejor si pusiéramos menos énfasis en el Producto Interior Bruto y nos preocupáramos más de la Felicidad Interior Bruta (FIB). Está demostrado que la riqueza material no da la felicidad (una vez que están cubiertas las necesidades básicas), y sin embargo nos obsesionamos por acumular bienes materiales que muchas veces lo único que hacen es esclavizarnos, crearnos ataduras innecesarias, quitarnos el sueño por miedo a perder todo lo acumulado…

En varios estudios que intentan medir la felicidad de los habitantes de diferentes países, resulta curioso ver como los países más ricos (como Estados Unidos o Inglaterra) no ocupan las primeras posiciones en los ‘índices de felicidad’, de hecho no están ni cercanos a las primeras posiciones, mientras que países menos desarrollados (como Costa Rica) o directamente pobres (como Bután) aparecen en las primeras posiciones.

Pedir a los gobiernos que implementen medidas para mejorar la FIB (Felicidad Interior Bruta) me parece un esfuerzo estéril, debe ser un ejercicio individual. Debemos preguntarnos cuáles son las experiencias que nos hacen sentirnos felices y asegurar que incorporamos más de estas experiencias en nuestras vidas diarias, y por favor no pienses que una nueva iPad te hará feliz…